sábado, 18 de diciembre de 2010

Esquizofrenia

Pienso que hay mucho que guardar en ese sótano tenebroso, líquido y vomitivo que llamo "recuerdo". Hoy añado un capítulo más en el que parece ser un pantano profundo y falto de vida. Lleno de vida sólo cuando quiero, cuando me apetece que estés conmigo, que me maltrates sexualmente y que lleguemos a puntos tan súmamente inalcanzables en nuestra entrepierna.

Pero después de ahí, todo se mueve en torno a un término desesperadamente perdido: el vicio. Un vicio unilateral; que solamente sientes tú. Cuando yo no quiero compartir experiencias y tú me obligas a que lo haga. A que te enseñe con otra como yo. Con una mía. Cuando por fin me hago con mi círculo y cierro con velas el encuentro con ella, cuando nos frotamos hasta gritar de placer por encima de las sábanas y a plena luz del sol que irradia sobre su espalda y mis piernas entrelazadas a las suyas... eso es mío, joder. Mío y de ella. NO tuyo.

Por eso vuelvo a echar las tripas llenándolo todo de hedor y sufrimiento. De ácido sulfúrico y pena. De quemazón y ardor. De pasión y vibración. De...

Vuelve.

Pero deja de joderme.

Hoy no es luna llena. No me culpo. A ti siempre; te mereces que te culpe siempre. Pero vuelve. Por mí. Sino vuelve a enterrarte. Prometo no decir dónde está tu usada lápida.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Y por delante. Y por detrás.

“Mírate al espejo, Lo”

Y me encontré desvistiéndome como tantas otras veces había hecho. Exactamente de la misma manera. Caí en la cuenta de que estaba repitiendo un ritual. Trataba de hacerlo lento, de parecer interesante llevando la tarea al terreno del acto casi involuntario. Volteando los ojos como si ni tan siquiera supiera que estaba descubriendo mi pecho a otro ser.

Siempre queda bien la supuesta ignorancia en la fotografía mental de alguien que luego la utilizará para sus más bajas perversiones. Siempre queda bien una mentira más en la larga lista de fatalidades de una nínfula.

Todo pasó lento. Vivo. Y lento. Fuerte. Y lento. Salivas y lentitud. Lenguas y sonrisas. Dedos y demasiada piel. Todo estaba tocado y parecía que no nos llegaba a nada. Ya no había más caras que ver ni lados que explorar, no por delante ni por detrás. Había necesidad de más y por eso alargamos el éxtasis tras muchas, excesivas, incontables horas. La confianza exhalaba tus poros y mis manos. Todo estaba hecho mucho antes de que tocaras mi cuello con tus frías falanges y decidieras marcarme de nuevo. Lolita volvía a ser tu animal. Yo volvía a ser tuya. Dolores y su creador.

Pero en cuanto te fuiste, a tu zorra le tocó salir de la cueva a cazar de nuevo. Pura supervivencia. Puro instinto animal.

Es cazar como divertimento, evasión y distracción. Es morir un poco en cada caza. Es reírme con y por el sexo. Es beber y volver a cazar como si en ello fuera mi verdadero interés, para sentirme inútil y engañosamente viva. Es volver a cambiar las sábanas cada noche pensando que algún día esa tarea se evitará más de una semana o incluso un mes. Son las rutinas que no abandono. Porque si lo hago me pierdo. Y no sé qué hacer.

Es llorar con y por la prisión del cuerpo. Parece que éste siempre manda. Que los impulsos me vapulean. Que hay cosas que no cambiarán. Porque no deben cambiar. No habría historia que contar. Ni Lolita que desvestir, ni labios que morder, ni sábanas que empapar. No habría dolor ni felicidad. Habría un vacío imposible de llenar.

Mientras, suplo el vacío con la carne. Vísceras ajenas que morder y desgarrar para revitalizar mi cuerpo con sangre de otros.

Caminando. Vistiendo harapos. Me arrastré por la calle del Amparo, buscando la desembocadura del río de asfalto para llegar al océano de motores. Para cuando conseguí llegar al metro, mi cabeza ya estaba completamente perdida, desorientada y desolada. Había vuelto a quedarme sin alma. Volvía a ser el espectro del sudario que todo lo mata con el simple tocamiento. Cómo echaba de menos volver a la cama con él. Para él.

Una pobre alma esperaba en un portal la llegada del sexo fácil. Y allí estaba yo. Tras unos whiskys destapamos algo más que nuestra lengua en un baño putrefacto de Lavapiés. Como dos esqueletos en fricción acabamos rompiéndonos mutuamente. Él obtuvo todo, todo lo que quiso. Pero yo también. Antes de que exhalase el último suspiro, antes de que su líquido seminal me empapase, una sangrienta matanza dejó mi pecho del rojo escarlata del que me disfrazo cuando Humbert no está.

Añado hoy, con esta línea, otra víctima a la lista. Otra cuchillada de desamor. Otra historia escrita con sangre por culpa de su ausencia. Por culpa de su presencia a cuentagotas. Que me nubla la mente. Y me lleva a la locura, estadio donde ahora resido con mis compañeras de destino: las gotas de sangre que adornan mi cara, mis manos y mi pecho.

Vuelvo a caminar dejando huellas de sangre ajena. Todas llevan al mismo sitio, a la misma habitación donde todo ocurre. A la misma cueva donde él me ve y yo me dejo. Donde él no viene y yo asesino. Donde yo le espero. De manera eterna.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Cremalleras

Cientos y miles de cicatrices recubren mi cuerpo. Las abro y las cierro a mi antojo. Las abro y desencadeno el pasado o cierro el posible y difícil presente. Joder. Nunca es a mi antojo. Mi antojo se nutre de un ser infecto. De su sombra. De su aliento. De toda esa mierda putrefacta que queda de él y me envenena el poco espíritu humano que exhalo.

Es frustrante saber que siempre vivirá en mí. Es inaguantable pensar en el futuro que aparece teñido de su color. El negro ceniza, el negro de la muerte. Pero también es el rojo escarlata, el transparente, el sanguinolento y el pasión. Parece que siempre tiene que apoderarse de los tonos que necesito para vivir. Es un ladrón de esencias. Un cleptómano de vidas. Un miserable que me tiene agarrada por el cuello que lame mi rostro produciéndome un estremecimiento.

Tira y afloja. Me estremezco y le quiero. Pataleo y le evito. Omito pensar en él porque si lo hago me rindo. Caigo y me arrodillo. Beso sus pies y le miro desde abajo. Me dejo hacer y hago. Busco cobijo y permito que me quiera una noche. Y quiero que me ame hasta siempre. Duermo en sus brazos y me dejo marcar, de nuevo, a fuego lento.

Lo sé. Cuando tengo ciertos momentos de lucidez vendo la cicatriz. Y trato de cerrar la puerta en sus narices. De levantarme del suelo para escupirle en la cara. De arrancarle la piel a mordiscos y mirarle de frente. De acuchillar su recuerdo y azotar su cara. De quemar su cama y odiarle toda la vida. De despertar de una vez de este juego. De evitar que me tenga para los restos.

Pero finalmente la realidad es una mezcla de lo más putrefacto y lo más idílico e imaginario. Siempre basculo entre un vaivén de sensaciones que me sitúan en un limbo laberíntico del que no sé cómo salir, ni por dónde, ni con quién.

Quiero intentarlo. Quiero hacerlo. Que desharé tu alma en un intento de arreglar mi mente. Pero joder. A la vez, me quiero ir a mi cama contigo entre las piernas, y que ante la imposibilidad, esnifo los restos que quedan desde hace meses. Hago pequeños intentos de agrupar las sábanas en la misma situación en las que tú las dejarías: húmedas, quietas, expectantes. Sucias. Quiero volver a sufrir esa deshidratación sexual que me volvía loca y enajenaba mi cuerpo. Porque en ese estatus de no estar, ni ser, en ese momento de clímax alcanzable, me siento segura. Me siento crecer.

Y cuando me dejas sola e inútil, maldito demonio, asumo mi penitencia por haberte dejado la herida abierta una vez más. Y evito la comida. Y devoro mis labios. Y los dejo sangrar hasta perder el conocimiento.

jueves, 19 de agosto de 2010

Orificios

Es difícil tratar de respirarte. Imposible encontrar el lugar exacto por el que poder obtener un poco de tu oxígeno. No me dejas, me lo impides. Tu mano, rígida, decidida... me lo impide.

La asfixia es decadente. Es final. Es muerte. Y lo atractivo encuentra el punto de inflexión entre la inconsciencia y el placer. Realmente, yo nunca supe poner límites, ni marcarlos ni seguirlos ni asumir sus consecuencias. No sé en qué punto se pierde el placer y se propaga la inconsciencia.

Ahora mismo no soy yo. Busco la manera de serlo y me pierdo en un sinfín de teorías que sólo me llevan a alejarme de quien me quiere cuidar. Parece ser que la soledad busca adeptos y ve en mí su mejor aliada. No puedo seguir así. Y mi botella de whisky barato me impide seguir articulando palabras biensonantes. Sólamente me deja trazar la siguiente: pérdida.

Me perdí de ti, para bien de mi mente. Me perdí de mí, para odisea de mi cuerpo y tormenta de mis neuronas. No quiero ir más allá ni quedarme en lo demasiado terrenal. Y es que lo que le falta a esta Lolita es un poco de tiempo y un demasiado de ganas. No quiero, no quiero. Joder, no puedo. No soy así e intentarlo solo frustra mis ganas de seguir paseando por calles infectas de decrepitud y olor a local cerrado y de suelo manchado de copas de licores infernales. Necesito grados de calor y aromas en pequeños frascos. Necesito esencias de mi pasado. Quiero volver a recordar cómo huelo, cómo camino y cómo soy sin ti. Vete Humbert. Desaparece ya de mi mente.

Quiero tapar cualquier recoveco de mi cuerpo por el que un mínimo de mi yo se pueda exhalar. Necesito infectarme de mí. Necesito recuperarme de cualquiera que me haya tocado. De cualquiera que me haya envenenado.

Joder. Me siento tan extrema en mis necesidades de mí. En mi obligación de soledad. ¿Por qué siempre me hago esto cuando más me requieren? ¿Por qué la inoportunidad se ha convertido en la regla que rige los segundos que este maldito reloj se empeña en marcar con sangre de nínfula?

He vuelto. Y no pretendo abandonarme. Necesito hablaros de aquello que no conozco pero sí siento.

sábado, 3 de abril de 2010

Quebrada

Resucito. Abro los ojos. Y de repente, soy de cristal. Noto que cualquier movimiento brusco puede estropearme.

Humbert, detrás de la puerta entreabierta, como siempre, espía incansable. Y creo que por primera vez es sincero cuando dice que nunca fui una más. Soy su espina más dulce. La más estropeada. Pero por la que siente más debilidad. Y yo, ahora, me considero la más ensangrentada y harapienta. Una Lolita que vaga y se tropieza. Pero que no quiere retornar a él. Aunque siempre estará en él. Muerta. En él.

Le dejo atrás y sigo caminando. Salgo de la habitación. Me cruzo con un espejo. Y mi reflejo es ella, la vibrante Mardou. La alcóholica de venganza y drama.

Sé que la solución para escapar de este laberinto de pasados no es acercarme a esta asesina, a esta exageración de mi "yo" más jodido e infernal. Sino esperar a la cordura. Que también aguarda detrás de las puertas, pero siempre alejada de Humbert. Y de ella.

Por eso rompo el espejo. Le digo adiós, mientras su imagen se quiebra en cien pedazos. Un pedazo por cada día de negritud y presión desbocada en el estómago. Y entonces empiezo a vomitar y a llorar descontrolada, porque nunca me había sentido tan liberada de pesos innecesarios. Y todo lo suelto. Porque quiero vaciarme. No quiero más almas errantes aprisionando mis entrañas.

En el fondo, la cordura siempre estuvo conmigo. Miedosa de salir inerte de la trifulca de personalidades. Pero ahora que es mi aliada, la quebradiza soy yo.

Porque lo que más miedo da, no es perder definitivamente a Mardou, ni a Humbert. Es perderme a mí.

Y perderla a mi nínfula, que ha venido para quedarse; que ha venido para abrazarme cuando no siento ni quiero sentir; que ha venido a por mí y por mí. Y yo no puedo hacer otra cosa que desearla y besarla. Sentirla. Y volver a ser Lolita. La más impura y la más deseosa de caer en los abismos, pero sólo con ella. Con mi chica. Con la chica que me salvó sin darse cuenta.

sábado, 30 de enero de 2010

Full Moon

Es fácil desaparecer. Tan fácil como hacer que tus pies caminen sin rumbo, marcando un ritmo obligado por los nervios y un camino estúpido trazado a destiempo.

Es fácil desaparecer. Mintiéndote. Mintiéndome.

Es fácil desaparecer. Diciendo que no, cuando tus labios dicen que sí.

Hoy fue fácil desaparecer. Y creo que está bien. Darse cuenta por fin que vuelvo a ser un juguete en manos de alguien que no sabe manejarme. En manos de alguien que cree saber, que quiere saber, pero luego se deshace antes de empezar. Porque en el fondo, tiene miedo de acabar aquello que inició.

Centrípeta. Bailando sobre mi tumba. Girando sobre mi eje. Volviéndome loca porque no sé dónde estás tú. Mi punto de freno. Mi frente. Ni mi espalda. Estás ahí. Te noto, te siento. Pero desapareces cuando te necesito física. Mental. Te necesito en todos mis –mentes.

Da igual, sigue mintiéndote. Mientras, sigue marcándome la piel. Qué más da. Todo da igual. Porque yo no siento. Yo hablo sin sentir, ¿verdad? ¿Acaso no me notas morir en cada palabra de adiós?

Y adiós te digo, Mardou. Porque la nínfula ya no juega con ella misma, ni con los demás. Juega con querer tener lo que no puede ni ansiar.

Y antes de acabar cremada en una hoguera cruel y sin nombre, prefiere desaparecer en aquel lugar que califican de maldito y enmeigado.

Te quiero. Y firmo mi sentencia de muerte. Mi suicidio precavido. Mi adiós antes del encuentro.

Y es que prefiero vivir a medias por mí. Que morir sin vivir por ti. No puedo permitir que todo se vuelta a revivir de nuevo.

No puedes ser Humbert. NO. Otra vez no, jodida inmundicia.

martes, 26 de enero de 2010

Muerte. Mujer. Amor. Pánico.

Ya no estoy a tiempo de recoger los trozos que fui despedazando de mi ser de nínfula. Estoy abocada a recordarlo todo, a hacerlo eterno, doloroso; a obligarme a repetirlo en la cabeza para los restos de mi existencia.

Y no puedo dejar de pensar… que no sé ser de otra manera. Que me rompí porque no podía mantenerme. ¿Pero qué soy si no soy más Lolita? ¿Realmente soy alguien más? No. No lo soy. Me he roto por dentro, me he deshecho en pobres migajas para matarte a ti. Tú me asesinas, coges mi mano, me obligas a matarte, quitándome a la vez la vida; provocando que me quede sin respiración hasta que caigo y muero.

¿No te das cuenta que nos hemos asesinado a sangre fría? ¿Que no hubo tregua en ningún momento? No puedo competir con un asesino nato. No puedo competir con alguien que duerme con una mano de una joven rozándole el pecho y con un cuchillo manchado de sangre de nínfula en la otra.

Tras caer y morir, no supe hacer nada más que resucitar para arrancarte la yugular de un canino mordisco.

Y en mi camino hacia la penitencia, llegó la redención en forma de joven tentación. Ella lavó mi boca de tu sangre con su saliva. Me acarició hasta que caí en un dulce sueño para despertar en el mundo de los miedos, lo imposible y la incertidumbre.

Qué ironía salir del negro para adentrarse en el rojo sanguinolento de la desesperación y la ineptitud. ¿Qué voy a hacer contigo, Mardou? Grito todas las noches para que aparezcas y me regales tu mirada y tus manos. Ahora soy yo la que aúlla. Por ti. Quiero olvidarme de Humbert para ser completamente tuya. Y quiero que tú también te olvides de él.

Porque el pánico no debería ser parte de la ecuación.

sábado, 9 de enero de 2010

Y el silencio

Hizo un año desde que nací. Al igual que Venus emergió de entre aguas inseminadas y se reflejó en ellas, a mí él me creó entre fluidos y tocamientos. Entre aires y mentiras. Él me hizo verme. Yo me comía con la mirada en un espejo y a él le gustaba observarme mientras lo hacía. Me llamaba presumida pero le encantaba saber que sólo quería ser bella por y para él.

En 365 días las cosas no han cambiado. Han muerto. Y ya no me miro en el espejo pues no tengo reflejo. Lo perdí entre sus rozaduras, sus golpes en la boca del estómago y en las arterias principales del corazón.

Siempre se me seca la garganta cuando intento decir en alto la palabra corazón. Al igual que amor. Por eso no las pronuncio si quiera. Las escribo y me río. Me río porque a veces pienso que son ridículas e inexistentes sino fuera porque están mecanografiadas.

Ella dice que todo eso se me pasará. Lo dice mientras desnuda, pasa la página de un libro en blanco mojando su dedo índice al calor de una lengua viperina. Hace que las piernas me tiemblen. Mardou provoca que quiera probarla. Evoca en mí lo mejor de mi proactividad. Quiero. Pero me callo. Me paro.

Ser despiadada nunca fue tan difícil como hoy. En el que el peso del maldito año me recuerda a ti, a tus verdades inexistentes y a tu sonrisa, que ahora me parece la peor mueca salida del peor de los títeres. Títeres de sí mismos. Títeres de una sombra sin consistencia. Una neblina disipada que sólo consigue una sensación nauseabunda. Un odio racional pero tardío. Y un odio hacia mí misma, hacia Lolita, la que ya no se ríe. La que quiere despertar de una vez.

La que quiere decir tanto y no sabe cómo ni cuando. Porque nunca las palabras calladas tuvieron tanto significado como hoy. Hoy soy Ofelia flotando sobre las aguas. Inerte. Sin expectativas.

Quizás Mardou esté a mi lado. Diciendo que sobreviva. Que abra los ojos por ella y que no la deje marchar otra vez con su botella de Bourbon en la mano por los callejones oscuros de Madrid, sólo enfundada con un pobre y raído vestido. Pero hoy no reacciono. Hoy floto. Hoy espero mi hundimiento. Hoy es mi cumpleaños. El principio de mi fin.

Y lo jodido es que antes de ese día, no había nada. Humbert...

Humbert me salvó. Para matarme.