viernes, 5 de noviembre de 2010

Cremalleras

Cientos y miles de cicatrices recubren mi cuerpo. Las abro y las cierro a mi antojo. Las abro y desencadeno el pasado o cierro el posible y difícil presente. Joder. Nunca es a mi antojo. Mi antojo se nutre de un ser infecto. De su sombra. De su aliento. De toda esa mierda putrefacta que queda de él y me envenena el poco espíritu humano que exhalo.

Es frustrante saber que siempre vivirá en mí. Es inaguantable pensar en el futuro que aparece teñido de su color. El negro ceniza, el negro de la muerte. Pero también es el rojo escarlata, el transparente, el sanguinolento y el pasión. Parece que siempre tiene que apoderarse de los tonos que necesito para vivir. Es un ladrón de esencias. Un cleptómano de vidas. Un miserable que me tiene agarrada por el cuello que lame mi rostro produciéndome un estremecimiento.

Tira y afloja. Me estremezco y le quiero. Pataleo y le evito. Omito pensar en él porque si lo hago me rindo. Caigo y me arrodillo. Beso sus pies y le miro desde abajo. Me dejo hacer y hago. Busco cobijo y permito que me quiera una noche. Y quiero que me ame hasta siempre. Duermo en sus brazos y me dejo marcar, de nuevo, a fuego lento.

Lo sé. Cuando tengo ciertos momentos de lucidez vendo la cicatriz. Y trato de cerrar la puerta en sus narices. De levantarme del suelo para escupirle en la cara. De arrancarle la piel a mordiscos y mirarle de frente. De acuchillar su recuerdo y azotar su cara. De quemar su cama y odiarle toda la vida. De despertar de una vez de este juego. De evitar que me tenga para los restos.

Pero finalmente la realidad es una mezcla de lo más putrefacto y lo más idílico e imaginario. Siempre basculo entre un vaivén de sensaciones que me sitúan en un limbo laberíntico del que no sé cómo salir, ni por dónde, ni con quién.

Quiero intentarlo. Quiero hacerlo. Que desharé tu alma en un intento de arreglar mi mente. Pero joder. A la vez, me quiero ir a mi cama contigo entre las piernas, y que ante la imposibilidad, esnifo los restos que quedan desde hace meses. Hago pequeños intentos de agrupar las sábanas en la misma situación en las que tú las dejarías: húmedas, quietas, expectantes. Sucias. Quiero volver a sufrir esa deshidratación sexual que me volvía loca y enajenaba mi cuerpo. Porque en ese estatus de no estar, ni ser, en ese momento de clímax alcanzable, me siento segura. Me siento crecer.

Y cuando me dejas sola e inútil, maldito demonio, asumo mi penitencia por haberte dejado la herida abierta una vez más. Y evito la comida. Y devoro mis labios. Y los dejo sangrar hasta perder el conocimiento.

3 comentarios:

  1. Pareces fuerte pero no lo eres, pareces fria pero estas vencida, crees saber todo pero te he cogido ventaja... tal vez Humbert ha dado por fin con una alumna digna de sus armas.
    Si, te estoy hablando del mismo Humbert de la terraza.
    Sshhh...

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