sábado, 30 de enero de 2010

Full Moon

Es fácil desaparecer. Tan fácil como hacer que tus pies caminen sin rumbo, marcando un ritmo obligado por los nervios y un camino estúpido trazado a destiempo.

Es fácil desaparecer. Mintiéndote. Mintiéndome.

Es fácil desaparecer. Diciendo que no, cuando tus labios dicen que sí.

Hoy fue fácil desaparecer. Y creo que está bien. Darse cuenta por fin que vuelvo a ser un juguete en manos de alguien que no sabe manejarme. En manos de alguien que cree saber, que quiere saber, pero luego se deshace antes de empezar. Porque en el fondo, tiene miedo de acabar aquello que inició.

Centrípeta. Bailando sobre mi tumba. Girando sobre mi eje. Volviéndome loca porque no sé dónde estás tú. Mi punto de freno. Mi frente. Ni mi espalda. Estás ahí. Te noto, te siento. Pero desapareces cuando te necesito física. Mental. Te necesito en todos mis –mentes.

Da igual, sigue mintiéndote. Mientras, sigue marcándome la piel. Qué más da. Todo da igual. Porque yo no siento. Yo hablo sin sentir, ¿verdad? ¿Acaso no me notas morir en cada palabra de adiós?

Y adiós te digo, Mardou. Porque la nínfula ya no juega con ella misma, ni con los demás. Juega con querer tener lo que no puede ni ansiar.

Y antes de acabar cremada en una hoguera cruel y sin nombre, prefiere desaparecer en aquel lugar que califican de maldito y enmeigado.

Te quiero. Y firmo mi sentencia de muerte. Mi suicidio precavido. Mi adiós antes del encuentro.

Y es que prefiero vivir a medias por mí. Que morir sin vivir por ti. No puedo permitir que todo se vuelta a revivir de nuevo.

No puedes ser Humbert. NO. Otra vez no, jodida inmundicia.

martes, 26 de enero de 2010

Muerte. Mujer. Amor. Pánico.

Ya no estoy a tiempo de recoger los trozos que fui despedazando de mi ser de nínfula. Estoy abocada a recordarlo todo, a hacerlo eterno, doloroso; a obligarme a repetirlo en la cabeza para los restos de mi existencia.

Y no puedo dejar de pensar… que no sé ser de otra manera. Que me rompí porque no podía mantenerme. ¿Pero qué soy si no soy más Lolita? ¿Realmente soy alguien más? No. No lo soy. Me he roto por dentro, me he deshecho en pobres migajas para matarte a ti. Tú me asesinas, coges mi mano, me obligas a matarte, quitándome a la vez la vida; provocando que me quede sin respiración hasta que caigo y muero.

¿No te das cuenta que nos hemos asesinado a sangre fría? ¿Que no hubo tregua en ningún momento? No puedo competir con un asesino nato. No puedo competir con alguien que duerme con una mano de una joven rozándole el pecho y con un cuchillo manchado de sangre de nínfula en la otra.

Tras caer y morir, no supe hacer nada más que resucitar para arrancarte la yugular de un canino mordisco.

Y en mi camino hacia la penitencia, llegó la redención en forma de joven tentación. Ella lavó mi boca de tu sangre con su saliva. Me acarició hasta que caí en un dulce sueño para despertar en el mundo de los miedos, lo imposible y la incertidumbre.

Qué ironía salir del negro para adentrarse en el rojo sanguinolento de la desesperación y la ineptitud. ¿Qué voy a hacer contigo, Mardou? Grito todas las noches para que aparezcas y me regales tu mirada y tus manos. Ahora soy yo la que aúlla. Por ti. Quiero olvidarme de Humbert para ser completamente tuya. Y quiero que tú también te olvides de él.

Porque el pánico no debería ser parte de la ecuación.

sábado, 9 de enero de 2010

Y el silencio

Hizo un año desde que nací. Al igual que Venus emergió de entre aguas inseminadas y se reflejó en ellas, a mí él me creó entre fluidos y tocamientos. Entre aires y mentiras. Él me hizo verme. Yo me comía con la mirada en un espejo y a él le gustaba observarme mientras lo hacía. Me llamaba presumida pero le encantaba saber que sólo quería ser bella por y para él.

En 365 días las cosas no han cambiado. Han muerto. Y ya no me miro en el espejo pues no tengo reflejo. Lo perdí entre sus rozaduras, sus golpes en la boca del estómago y en las arterias principales del corazón.

Siempre se me seca la garganta cuando intento decir en alto la palabra corazón. Al igual que amor. Por eso no las pronuncio si quiera. Las escribo y me río. Me río porque a veces pienso que son ridículas e inexistentes sino fuera porque están mecanografiadas.

Ella dice que todo eso se me pasará. Lo dice mientras desnuda, pasa la página de un libro en blanco mojando su dedo índice al calor de una lengua viperina. Hace que las piernas me tiemblen. Mardou provoca que quiera probarla. Evoca en mí lo mejor de mi proactividad. Quiero. Pero me callo. Me paro.

Ser despiadada nunca fue tan difícil como hoy. En el que el peso del maldito año me recuerda a ti, a tus verdades inexistentes y a tu sonrisa, que ahora me parece la peor mueca salida del peor de los títeres. Títeres de sí mismos. Títeres de una sombra sin consistencia. Una neblina disipada que sólo consigue una sensación nauseabunda. Un odio racional pero tardío. Y un odio hacia mí misma, hacia Lolita, la que ya no se ríe. La que quiere despertar de una vez.

La que quiere decir tanto y no sabe cómo ni cuando. Porque nunca las palabras calladas tuvieron tanto significado como hoy. Hoy soy Ofelia flotando sobre las aguas. Inerte. Sin expectativas.

Quizás Mardou esté a mi lado. Diciendo que sobreviva. Que abra los ojos por ella y que no la deje marchar otra vez con su botella de Bourbon en la mano por los callejones oscuros de Madrid, sólo enfundada con un pobre y raído vestido. Pero hoy no reacciono. Hoy floto. Hoy espero mi hundimiento. Hoy es mi cumpleaños. El principio de mi fin.

Y lo jodido es que antes de ese día, no había nada. Humbert...

Humbert me salvó. Para matarme.