lunes, 31 de agosto de 2009

Contra la pared

Hoy me desvelé pensando en el peligro de tu pequeño cuerpo, cubierto de cientos de puntiagudas aristas de indiferencia que son capaces de arrancar ojos y desollarme lentamente.

La interrupción de mi sueño, del cual tú no eras protagonista aunque sí aquella noche de saliva y demás humedades, me hizo caer en la cuenta del profundo odio que provocas en mí. Te odio porque me desvelas siempre. Porque me mantienes en tensión. Siempre esperándote. Esperando tu reacción.

Es cruel la luna cuando de mí se trata. No soporta ni un solo guiño de complicidad por mi parte. Si lo hace, es para darme a entender que nunca, nunca tendré cabida en un mundo con diferentes direcciones. Siempre estarás tú, y luego tu real tú.

"El juego es sencillo". Siempre decías eso. Tú te encargarías de decidir cuándo empezamos a jugar. Yo, de actuar. Sólo bajo tu decisión. Únicamente con tu permiso. Así, largos meses después, Lolita pierde energías cuando decides jugar con otras y a ella la castigas en el rincón. Del olvido. La dejas allí, me dejas allí, mirando a la pared gris y putrefacta que suda líquidos de otras que no soy yo. Desde esa habitación escucho el placer de mis contrincantes. Mucho más jóvenes, mucho más lascivas, mucho más bellas, más afines a ti que yo. Eso pienso.

Los celos me provocan náuseas y que me arranque el cabello cuando, desorientada, busco una salida en este laberíntico infierno; la angustia provoca que los sudores fríos me despierten por la noche, exhalando leves gemidos cuando el aire no llega a mis pulmones. Porque tú me decapitas, arrancas mi tráquea cada vez que las besas.

Y tú no sabes que me castigas. No sabes que me duele. No sabes que sangro. Que lloro. Que todo el humor de mi cuerpo se desvanece día a día. Nínfula a nínfula... Porque en el juego no había cabida para las emociones más allá de nuestro sexo. Soy una tramposa y me castigas por ello. Sin saberlo. Porque como buena nínfula mentirosa, te miento. Y digo que no siento. Y te digo que ella me parece preciosa. Que disfrutar los tres estaría bien. Que juguéis conmigo. Que juegues conmigo. Que hagas lo que quieras. Y miento muy bien. Muy bien.

De pequeña, cuando mentía, rezaba. Por miedo a ir al infierno. Ya no sé rezar. Olvidé hace mucho tiempo cómo se hacía. Ahora no rezo a ningún Dios. Pero pido al aire, a los cuatro vientos y a esta maldita ciudad que nos unió, que te des cuenta de que sigo gritando en esa habitación donde me has recluido, siendo testigo pasivo de cómo tú sigues jugando con ellas. Y dices que yo soy diferente..."mi pequeña". Pero ya no me lo creo.

Y cuando no rezo, suplico. ¡Deja de formar y crear e invertir mi mundo!. ¡Déjame libre!. ¡Deja de obligar a mi cuerpo a rendirse ante ti con una sola y mísera orden!. "Inclínate" me dices. "Inclínate Lolita". Y yo me inclino excitada por la orden y desordenada por mi amor hacia nosotros. Ciega de lujuria. Ciega del futuro. Sólo consciente del presente. Y en ese presente sólo cabe la violencia que desatamos entre esas cuatro esquinas.

Tú también siempre me dices, sincero Humbert, que soy transparente. "Eres totalmente transparente, Lo". No soporto vomitar sensaciones por mis ojos cuando estás conmigo. Sólo tú eres capaz de hacerme así. Pero sobre todo, es insoportable querer tenerte sólo para mí, convertirme en una bestia celosa que enseña los colmillos ensangrentados cuando ellas se acercan.

Qué fácil es caer cuando una no quiere sostener su peso entre dos piernas, cuando prefiere dejarlo todo al azar y al destino (que eres tú sosteniendo mis extremidades: todas ellas).

Es patético ser tu nínfula. Y jodidamente inevitable.

viernes, 14 de agosto de 2009

Invocada y asesinada

Cuando conocí al primero, todavía no era consciente de que lo más obsesivo estaba aún por venir. Entró en mí de manera inconsciente. Le quise. Y omití todo tipo de jugarreta sucia. Los dos nos impregnábamos de eso que llaman ignorancia consentida y pasábamos de nosotros buscando emociones mayores. Realmente el éxito estaba justo delante, es esa cama, pero... ¿quién se iba a dar cuenta cuando lo único que realmente importaba era el baño en saliva ajena? Aún así, nuestra autodestrucción llegó cuando nos dimos cuenta de que no podíamos vivir sin el otro, y sin los otros.

Entonces apareció un torbellino que movió cielo, mar y tierra. Hizo temblar mi cuerpo, mi casa y me enseñó a pasear borracho en línea recta camino de más y más bares abiertos. Su ventaja era que, símplemente, no le esperaba. Apareció sin más. Y sin más me hizo olvidar al primero. Tras noches de sumisión y dominación en las que no faltaba algo de violencia, me enganchó. Otra droga más. Otro misterio sin resolver, cuando las marcas escondidas de su piel revelaban un mensaje secreto que sigue sin querer desvelarme. Me enamoré rápidamente de su pelo rubio, su descaro y poca vergüenza. Y de sus manos firmes al corgerme en el aire, aunque su pequeño cuerpo pareciese estar a punto de quebrar. Al final, quién acabó rota, no fue su espalda.

ÉL llegó sigiloso. Casi mudo. Invocó al diablo y aparecí yo. Desnuda, un día cualquiera en su cama. Él estaba enfermo. Yo le curé sin esfuerzo. Y los dos crecimos tontamente en los pálpitos del otro. Si trato de ser sincera, yo caí por sus agachados, oscuros, escondidos y tímidos pero lascivos ojos, que se tendieron en el suelo nada más notar un contacto directo con los míos. En ese momento me di cuenta de que estaba sentenciada de por vida, de que el diablo había caído en la trampa de un malévolo superior. Se había acabado mi seguridad: él sabía que yo no era más que una nínfula disfrazada de Mardou. Él sabía dónde tocar, y tanto, para que doliese más pero se notase menos en el momento. El maestro de las drogas de placer y de gemidos sin final. El que siempre, siempre será Humbert.

Su gran talento es la mentira. Pero nunca de palabra. Juega con una mirada realmente consciente pero infinitamente irreal. Dice que cuenta que comenta que habla. Pero en realidad, él, hechiza. Primero te hace entrar en un juego en el que todas valemos. Luego se decanta por algún rasgo. Oh. Yo caí por una gran estupidez: mi juventud y mi precoz descaro.

A partir de ahí, todo sigue su rumbo. Él te domina. Tú articulas alguna que otra palabra dejando siempre espacio para más, y más, y más de su sexo. Y joder, siempre le dejo espacio. Por qué no, si me encanta ser hechizada. Si no puedo vivir sin sus órdenes y sus labios gesticulando una y otra sentencia que hace que yo sea alguien diferente. Alguien...mucho más yo, cuando la oscuridad protagoniza mi mente.

Es un dolor tan deseado como el que me deja casi inconsciente cuando me muerdo los labios y, aún sintiendo la sangre bajando por la barbilla, mis dientes siguen apuñalando las carnosas aberturas del placer.

Y es que el truco de todo esto, es que Él es mi oscuridad. Cuando te topas de frente con ella, no valen artimañas. Sólo puedes rendirte y abrir la boca... a cuanto desee. Di de bruces contra mi propia sombra, mis peores temores y mis impensables deseos. Todo a la vez. Porque eso es lo que él es. Y me tiene toda para sí. Él siempre juega con ventaja. Sabe que no podré ser Lo ni Lulú con otro. No. Nunca. No quiero. No puedo.

Humbert me arrebató a los demás al ser un misterio infinito. Y lo peor de todo es que me alegro por ello.

sábado, 8 de agosto de 2009

Vesania

Te has cansado de nosotras. De recibir todas las noches los mismos mensajes. Sobre todo cuando como ayer, te advertíamos de la llegada de la luna llena; todas esperábamos ansiosas en ser las primeras en verla y en describírtela. Todas queríamos nuestro premio. Todas dábamos zarpazos para que con nuestras palabras ella fuera más bella y más plena que nunca.

Cuando acabó el baile porque la luz de las ventanas eclipsó la ebria nocturnidad, en sueños me advertiste que estabas cansado. Que ya no te importaba, que nos coleccionabas a nosotras y a nuestras inválidas llamadas de atención. También salías corriendo y buscabas un lugar donde esconderte. Yo trataba de seguirte sin semejar desesperada. Sólo quería hablarte para pedirte, doblando mis rodillas, que me dejaras ser testigo de tu transformación.

Pero aunque sueño que es posible pasar una noche casi entera contigo, luego me reprocho mi estupidez. Y en esta locura onírica tú me avisas, apartando mi mano de tu hombro, que nunca el cielo estuvo tan cerrado, el astro tan tapado y tu cuerpo nunca fue tan humano.

No eres intocable. Pero sí inalcanzable. Y mis constantes esfuerzos por mantener los pies en la tierra y la cabeza fría, se dan contra el bordillo de la acerca cada vez que la piso para meter la llave en la puerta y volver, solitaria, entre mis sábanas viejas. Allí, cuando yo te imagino, no están ellas. Estoy yo. Llegas tú. Yo no me muevo. Tú me dices, me hablas, me tocas. Me rindes un extraño culto que me hace retorcer la columna y contraer mi entrepierna. No quiero que entres en mí. Ahora no. Si lo haces, aunque sea así, en sueños, volverás a marcar ese territorio que tanto cuidé en vetar a aquellos que me pudiesen dañar.

Aún así, es injusto que te considere un mentiroso. Por ello no lo hago. Siempre dices la verdad cuando de nosotras se trata. Advirtiendo que tu cuerpo, pero sobre todo tus palabras, están cubiertas de espinas que se clavan sin pudor en el frágil cuerpo de las nínfulas. "Debes ser fuerte", dices. "Debes cubrirte de grandes vendas para que tales agujas no te penetren". Así que me quedo muda, sorda, ciega,... para seguir recibiendo ese tun tun tun incesante de tus palabras repiqueteando en todas las partes de mi cuerpo.

Juego con ventaja sobre las demás. Todavía me consideras tan pequeña e indefensa como sólo a ti te gusta. Aunque en el fondo sepas que es mentira, sobre todo cuando soy yo la que toma las decisiones y tu cuerpo, y hago lo que quiero contigo. Sólo en tu húmedo refugio la nínfula deja paso a Mardou. Lo y Lulú crecen de repente, y se aprovechan del carácter subterráneo y de las manos expertas de Mardou, aportando ojos infantiles, piel suave y frases entrecortadas que sólo ellas, en toda esta maldita ciudad, sabrán dedicarte sólamente a ti.

Pero esa corta distancia que me separa de las demás, es la que me acerca al abismo y a la locura. Me hace ser cada día un poco más Mardou. Y recuerda Humbert... Recuerda que ella no sólo vive de ácido y beats. Vive también de sed y hambre de ti. Y cuando su vesania se alimente hasta explotar, las vísceras de su cuerpo seguirán pidiéndote una y otra vez más, saliva, música y un reptil al que abrazar.

Los dos jugamos con fuego. Aunque yo me queme poco a poco.

lunes, 3 de agosto de 2009

Lunáticos

Aunque sea de día siempre pienso y deseo que la luna sea llena esta noche. Todas las noches. El efecto que dices que ella tiene en ti, me excita. Me susurras (conmigo siempre susurras, ¿lo harás con las demás también?) que te conviertes en gato. Un atractivo gato negro que se confunde con la oscuridad de la noche.

Quizás te lo inventas para seguir enredándome, enredando con mi pelo. Pero en el fondo sabes que me voy a dejar de todas maneras. Presumiblemente te lo inventas porque sabes que me encanta y me desespera a la vez que mientas y me construyas un mundo con tus reglas y tus fantasías. Y con columpios solitarios, árboles milenarios y con felinos negros de ojos amarillos que se encargan de vigilarme, impasibles a mi sufrimiento.

No me gusta pensar que nunca te voy a besar. Porque no puedo. Dejo que te acerques mucho a mí. A mi cara. Dejo que me rodees con un brazo y me hables del mundo. De tu mundo. De ti. De lo poco que encajo yo en un mundo que obligo a que siga siendo mío. De mis posibilidades de escapatoria. De la dulce huida y del peligroso escondite que tú siempre me ofrecerás.

Yo nunca me acerco. Eso sería incorrecto. Pero no lo hago porque sé que tú sí lo harás. Porque a ti lo correcto te da igual. Porque para ti lo correcto es despertar a Lulú, dejar dormir a Lolita. Y hacer que la nínfula sueñe contigo. Porque las acaparas siempre a todas. Porque sabes y quieres tenerme toda para ti.

Y yo siempre me dejo. El encantamiento del gato negro. Huidizo, inteligente, cálido en la cercanía, helado cuando tus dos musas te aburren y sales de tu cueva buscándolas más guapas y mejores... más pequeñas. El conjuro de la nínfula. Tonta, poco inocente...pero muy consciente. Y un poco puta. A veces tanto, que se convierte en gata. Saca sus zarpas y trata de morderte. De arañarte. De pelearte. De destrozarte por fin para que liberes a las dos. A Lulú. A Lo.

Juro que, algunas noches, las más negras, las más cerradas, en las que la luna no puede estár más llena, el halo que provoca, roza mi piel, me convierte en un ser felino que quiere que acabes por romperme y por destrozarme. Para que ella, la gata más indecente, más puta, acabe rasgándote los ojos, haciéndote sangrar. Evitando el jodido efecto de tus ojos amarillos en mi cuerpo.

Pero también juro que esas mismas noches acabo gateando, ya convertida en Lulú, buscándote otra vez. Para acariciarte otra vez. Para que me susurres otra vez. Aunque yo no acerque mi cara. Porque no puedo. Porque eso, es incorrecto.