sábado, 3 de abril de 2010

Quebrada

Resucito. Abro los ojos. Y de repente, soy de cristal. Noto que cualquier movimiento brusco puede estropearme.

Humbert, detrás de la puerta entreabierta, como siempre, espía incansable. Y creo que por primera vez es sincero cuando dice que nunca fui una más. Soy su espina más dulce. La más estropeada. Pero por la que siente más debilidad. Y yo, ahora, me considero la más ensangrentada y harapienta. Una Lolita que vaga y se tropieza. Pero que no quiere retornar a él. Aunque siempre estará en él. Muerta. En él.

Le dejo atrás y sigo caminando. Salgo de la habitación. Me cruzo con un espejo. Y mi reflejo es ella, la vibrante Mardou. La alcóholica de venganza y drama.

Sé que la solución para escapar de este laberinto de pasados no es acercarme a esta asesina, a esta exageración de mi "yo" más jodido e infernal. Sino esperar a la cordura. Que también aguarda detrás de las puertas, pero siempre alejada de Humbert. Y de ella.

Por eso rompo el espejo. Le digo adiós, mientras su imagen se quiebra en cien pedazos. Un pedazo por cada día de negritud y presión desbocada en el estómago. Y entonces empiezo a vomitar y a llorar descontrolada, porque nunca me había sentido tan liberada de pesos innecesarios. Y todo lo suelto. Porque quiero vaciarme. No quiero más almas errantes aprisionando mis entrañas.

En el fondo, la cordura siempre estuvo conmigo. Miedosa de salir inerte de la trifulca de personalidades. Pero ahora que es mi aliada, la quebradiza soy yo.

Porque lo que más miedo da, no es perder definitivamente a Mardou, ni a Humbert. Es perderme a mí.

Y perderla a mi nínfula, que ha venido para quedarse; que ha venido para abrazarme cuando no siento ni quiero sentir; que ha venido a por mí y por mí. Y yo no puedo hacer otra cosa que desearla y besarla. Sentirla. Y volver a ser Lolita. La más impura y la más deseosa de caer en los abismos, pero sólo con ella. Con mi chica. Con la chica que me salvó sin darse cuenta.