Me aproveché del cliché de la mayoría de edad. Lo desgasté. Me aproveché de tener un pecho elevado, unas piernas largas, un rostro liso y una piel suave. Me aproveché también de mi voz. De mis andares. Siempre semejé menos de lo que marca mi fecha de nacimiento. Así llamé tu atención. Sin saberlo. No sabía que querías este juego. Yo sólo me dejé acariciar. Subí las escaleras de tu mano. Entré en tu mundo. Olía a húmedo. Apestaba a sexo. Y a partir de ahí todo fue muy fácil. Y muy jodido.
Me ganaste ese mismo día. Al final de la noche, cuando la sobriedad por fin volvía a hacer presencia, te diste cuenta de la primera vez que me viste realmente sintiendo deseos de poseerme. Entreabriste los ojos. Me rodeaste de nuevo la cintura con tus brazos. Y antes de dejar descender tus manos por mi entrepierna, susurraste levemente que te parecía encantador que no supiese bailar, pero sí disimularlo.
Tú me enseñaste a no ser demasiado exigente con tus exigencias. Admitiendo y asintiendo. Viviendo cada segundo de vicio sin pudor. Sin plantearme en qué tipo de Lolita me convertía. Pero completamente segura de que eso era lo que anhelaba desde hacía tanto tiempo. Un sexo sincero. Sin tabús. Un sexo sucio, atrevido, incoherente, convulsivo, susurrante… “Quiero hacerte cosas terribles”, “Hazlas, pequeña. Házmelas. Aprendes rápido”.
Aprendiz. No exigente. Complaciente. Satisfecha al verte rendido a la delectación. Enamorada de tus temblores previos al placer absoluto. Terriblemente enganchada de ese preciso momento en el que pierdes la racionalidad y necesitas, a gritos y a aullidos, hacerme y hacerte saber que has explotado. Que tu cuerpo se ha expandido, como siempre consigo hacer. Es en ése instante y no en otro, cuando te miro desde abajo. Te miro y observo desde mi posición privilegiada. Estás pleno. Feliz.
Sé que es en ese momento cuando más me necesitas. Entonces me abrazas. Me dices que no quieres que me vaya. Que tienes que hablarme al oído mientras duermo. Que tienes que velarme por haber sido buena. Por haber sido mala. Que tienes que vigilar mi sueño para que nada perturbe a tu nínfula del placer. Todavía te queda mucho por enseñarme. Pero contigo, nunca jamás tuve tantas ganas de aprender.
Me estás modelando. Creando. Soy tu títere. Clavas tus dedos en mí, me manejas como quieres. Eres consciente de mi vulnerabilidad cuando tú estás cerca. Y te excita el simple hecho de intuirlo. Yo quizás, también tenga algún poder contigo. Te huelo. Mi parte animal derrumba a la racional… y entonces soy como a ti te gusta. Despedazadora de lencería y carne. Objeto. Y me dejo… mi deseo sexual depende de ti. Que eres el mentor y ejecutor de caprichos conmigo. Sabes que no diré que no. Somos conscientes los dos de tu ventaja. Mi inmovilización lleva tu nombre en cada una de mis cuerdas. Ésas mismas que utilizas para encordarme. No sólo a ti, ni sólo a los pies de tu cama, sino también a mis deseos y sentimientos. Y es que soy una drogadicta de corretear tu cuerpo con mis uñas mal pintadas de rojo. Porque hoy no es negro. Hoy es rojo para ti.
Nos gusta tumbarnos y disfrutamos tocando al otro. Por fin alguien me deja acariciarle al mismo nivel que me obliga consentidamente a acercar mi boca a su sexo. Para mí, error terrible de nínfula, la suavidad y la depravación van de la mano. Sigo siendo una niña ¿recuerdas? Eres tan jodidamente duro y delicado. Tan frío pero siempre cálido. Tan callado y tan estúpidamente sincero. Eres la contraposición que refleja mi mundo. Eres mi bipolaridad hecha realidad. Joder Humbert. Eres mío. Deberías serlo. Quizás tendría que tener algún derecho sobre ti más allá de las cuatro patas de la cama. ¿Es que no me lo merezco?
La he jodido Humbert. Porque te quiero. Supongo que esto también debe formar parte del juego macabro que hemos creado. Gracias a ti, puedo llegar a entender que el mayor de los sufrimientos conlleve un ilícito placer que provoca que salive más de la cuenta. Como a ti te gusta. Como a mí me encanta. Babeo sobre tu pecho mientras desencadenamos la rabia húmeda y contenida en contracciones físicas.
Siempre me serví para concederme favores y placeres que de otra manera no conseguiría. Siempre me utilicé para ti y para repeler a quien pudiera verme igual que tú. Porque mi egoísta mente sabe que debes ser tú y no otro. Hoy los placeres claman por ti de nuevo. He dicho que no muchas veces. Pero también he mostrado todo mi cuerpo, sin ningún tipo de pudor para seguir creándome como Lolita. Comiendo torpemente mientras miro por el rabillo del ojo todos los Humberts que pasan por la ventana. Observando lascivamente a mi alrededor mientras mojo mi dedo pintado de escarlata para pasar las páginas de un libro en el metro. Pero ellos nunca, nunca, han funcionado como sólo tú sabes hacerlo. Me has enganchado, jodido pervertido. Y esta vez no puedo escaparme sola. Tendré que llevarme a alguien para que me saque de ahí. De ese estado mental de ensoñación en el que sólo existe tu cuerpo desnudo y el mío rozándote con impura pasión.
Hoy he manchado las sábanas con el rímel de tus promesas. Echándote de menos hasta el dolor físico. No me sirve ya jugar conmigo. Necesito que tú estés cerca susurrándome cómo. Cuándo. Dónde. Y acariciando mi cara mientras dices “Aprendes rápido, pequeña”.
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Volvemos... ;)
ResponderEliminarUff...me tienes q explicar lo del reproductor...q no lo consigo...uno q es torpe... ;)
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